Fernando Fazzolari

Exposiciones

El viento, siempre el viento

La Tranca, Cura Malal, Prov. de Buenos Aires

2011

Declarada de Interés Municipal por el Honorable Concejo Deliberante de Coronel Suárez

 

Por Christian Bellanger

El paisaje es uno de los géneros pictóricos más higiénicos, más económicos y más asequibles que existen y de los que tienen mayores posibilidades de agradar a todo el mundo. Qué actitud tan encantadora y tan deliciosa la del paisajista!

 

Turista de oficio y viajero por temperamento, distrae las estaciones más hermosas en recorrer los bosques y los campos.

 

Tiene por modelos el aire, las nubes, el viento, los ríos, los bosques, los prados, las mieses, toda la naturaleza del bienhechor y por estudio la bóveda del cielo.

Y esto sólo prueba

 

una vez más que el arte aún en sus manifestaciones más sublimes siempre debe apoyarse en la naturaleza. Tanto que, como Benvenuto Cellini se puede volver a citar en esta ocasión su diáfano pensamiento del capítulo II de sus memorias: la naturaleza es el único libro que nos enseña el arte.

 
Fernando Fazzolari viene instituyendo desde hace varios años un culto a la exhibición su obra desde los márgenes del sistema del arte. Sin duda esta decisión se entronca con una conciencia de producción donde prevalece, ahora hasta en las maneras de exponer, el carácter íntimo de su obra que siempre se ha caracterizado por la reflexión sobre la existencia.

Es un artista multidisciplinario que investigó y habló mucho del entorno. Siempre fue muy consecuente con su discurso acudiendo al salvataje de lo artístico como elemento movilizador y de reflexión de los tiempos que vivimos.
 Fazzolari siempre tuvo y tiene una postura crítica, hablando desde la metáfora, como un buen economista, mezcla las ciencias frías con su propia sensibilidad artística, produciendo un cóctel muy interesante y movilizador distinto de lo que acostumbramos a ver. Así, lo demuestra con una exposición «poco habitual» en Cura Malal, fuera del circuito del establishment artístico. Es tan amplio que incluso llegó a editar un periódico trimestral llamado «El Surmenage de la muerte», cuyo destino era reflexionar sobre la sociedad, con el convencimiento de que la mirada del arte sobre la casa pública, es una mirada necesaria de ser atendida. Hoy en día es un tema realmente importante donde se discuten modelos de país, el rol del Estado y políticas públicas y privadas. 

Fernando Fazzolari (1949) irrumpe en el arte argentino con una vasta capacidad narrativa y un inagotable imaginario. Si bien hasta 1973 realiza algunas muestras individuales y participa en exhibiciones colectivas, comienza a desarrollar su producción en 1982, al cabo de nueve años durante los cuales se mantuvo alejado de la actividad artística, como consecuencia del gobierno militar.

Las formas de los personajes y elementos que constituyen sus escenas son barrocas en su movimiento y deformadas por éste. Tanto unos como otros tienen rasgos espectrales y jamás terminan de afirmarse en lugar alguno. Es que
 Fazzolarifuerza las situaciones como una manera de otorgar cierta dosis de grandeza a lo que acontece. No son meros episodios humanos sino conflictos entre sentimientos arquetípicos. Desarrolla ironías, en abierta rebelión contra los estereotipos lingüísticos; iconiza el lugar común, y lo transforma, literalizando un contenido semántico en una imagen carnívora: el que come no es un ser humano sino la propia comida. El artista alude de este modo, inequívocamente, al hambre y la miseria, en una postura ligada a la problemática social y económica: el canibalismo tematizado en sus telas de 1983, es el que se practica en nuestro mundo de hoy veinte años después, a través de la explotación, el atraso y la injusticia.

La alucinada y alucinante gestualidad de estas creaciones, con un carácter bucólico, por momentos tropical, donde la Naturaleza era evocada como un canto a la vida, invadía a los espectadores. Con la muestra
 «La baba rosa», de 1986,Fazzolari volvía sobre estas sensaciones que lo acompañan siempre: la expulsión, la soledad, la conciencia del Paraíso extraviado, la completud que no retornará sino en las formas de la fantasía, la carencia/abundancia, el deseo. Fazzolari ha citado en relación con su obra una pregunta de Julia Kristeva: «¿Cómo hacer visible lo que no es visible debido a que ningún código, convención, contrato o identidad lo soportan?». El se esfuerza y encarniza por hallar una respuesta, o quizás varias.

Fazzolari
 recompone en el límite de la descomposición; el suyo es un salvataje animoso pero desesperado, ineludible pero lleno de dudas, obligatorio pero incierto; y estos sentimientos, esta confianza insegura, no sólo abarcan a las formas de seres y objetos, a la disposición de las escenas de que participan, sino también al uso eficiente del color -abigarrado, salvaje- y a la rudeza del empaste. Es ilustrativo el hecho de que haya dedicado su muestra de 1986 en estos términos: «A la Nueva (otra) Figuración, a los años sesenta, a la libertad». Alguna vez se confesó interesado en la obra de Luis Felipe Noé, «en su pintar que quizá se apoya en la necesidad de priorizar la idea sobre la realización, sobre el oficio, al menos, sobre un oficio vacío y huérfano de sentido».

Sin embargo, en los óleos de la serie
 «Historia de una pasión» (1989), Fazzolari descartó toda idea de espectáculo, en busca de un particular ascetismo; si se nos permite decirlo así, de un ascetismo ardiente, abrasador, excitante. 

En estas telas, el color no es ya la notación de su potencia expresiva, ni una estructura más de la composición; ahora, cede al tono el papel protagónico, llevándolo a un grado por demás sugestivo, para hacer más contundente (en términos de densidad) la discreta presencia del color.

No parece casual que la siguiente muestra de
 Fazzolari (1991) llevase por título «En el nombre del Padre».

Las obras de
 Fazzolari, ahora dominadas por gamas diversas de azul, sugieren el desamparo humano frente a la divinidad y, a la vez, una búsqueda de ella. Su obra realizada en cera abarca una serie de exhibiciones, entre ellas, «Al sur del sueño», expuesta en el Museo de Bellas Artes, donde en un conjunto de tres paneles construía un friso en el que la incorporación de la palabra en la obra resulta ahora manifiesta. En 1998, inaugura «Vida de perro» en cuyo catálogo se fotografía paseando un cepillo en la plaza. En el año 2000 en su muestra «Letras sueltas, palabras, cosas» se dedica a recrear un alfabeto ilustrado a partir de imágenes arquetípicas de las letras, a-auto, b-banana, c-conejo, d-dado..., en una suerte de regalo-homenaje a sus hijos Franco, Magdalena y Guadalupe.

En La Tranca de Cura Malal expone una amplia muestra que da cuenta de la geografía de la pampa y su permanente horizonte, en la que el viento, esa razón de la llanura, cabalga sobre el silencio de las casas, declina en los árboles y surca los rostros de las personas. En esta serie de obras donde si bien continúa la saga de los árboles y las transparencias de los últimos tiempos, caracterizadas por la presencia contundente del dibujo en grandes dimensiones,Fazzolari regresa a la pintura monumental, a los inmensos territorios del gran discurso de la pintura como una provocación en los tiempos del twitter. 

 

 


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Instalación:

Realizada en el campo de Corral de Piedra, 26 de noviembre de 2010.

Instalación basada en dos cuadros de Fernando Fazzolari.

Colaboraron: Mercedes Resch, Mariana Zarlenga y Fernando García Delgado. Fotografias: Marcelo Barneche.

Auspicio: Corral de Piedra