No se
si existe
alguna
poética de la ausencia que implique
con
precisión el sentimiento de lo
desconocido
(no se si
tu o yo)
Aquello
intuido como existente pero que jamás
tomó
cuerpo. (Alguno).
(Cierra esa
mano padre, sobre mi alma,
acógeme
quiéreme aunque no más
sea en esta
sola vez)
Ese objeto
difícil, hasta de añorar, por carecer
de imagen,
más allá de su condición fantasmática,
una suerte
de recorte en lo real, una creación
simbólica,
un imposible imaginario.
(Circular
como el hijo del ciego, el
que jamás
concibe la sensación de ser visto)
Un vacío
que obliga a buscar el origen de
su
condición, casi una ficción de la procreación:
cómo nada
concibe.
Algo tan
embarazoso como engendrar lo
perfecto.
(Padre! Te
he buscado todo el día
en la isla
del incendio. Fui allí con
un mensaje)
Buscar,
husmear, reproducir con pasión
los
movimientos de un universo que alcance
a
reconstruir la fragmentación del tiempo
que las
sucesivas herencias van partiendo y
perdiendo
en la memoria.
(La
tentación de lo invisible
me ha
tentado lo (el) invisible)
Ubicarse
como un astrónomo de su génesis
y tratar de
resolver los enigmas de un
cielo donde
lo (el) desconocido concentra
la mayor
cantidad de datos
(Ese ha
sido tu padre - Ese ácido tu padre)
Indagar el
pasado, estructurar un
árbol, una
historia, de manera que
la brecha
no se prolongue en una
eterna
ignorancia
(No te
dejaré pasar a través mío
Si no
pronuncias ni nombre)
Ahora, una
épica nueva. La sagrada
tortuga. Un
caparazón, espejo roto por
titanes,
los trabajos de la reconstrucción,
los días de
una vida destinada a reclamar
el ojo que
nos permita volver a ver el
universo
completo; la ilusión, el cielo entero:
Dios
(País del
árbol, corona blanca
de la
estatuilla, pavés de la estatua.
Yo soy el
niño, yo soy el niño)
Yo soy el
niño.
Fernando Fazzolari