Fernando Fazzolari

Exposiciones

La Placita

Buenos Aires

1986

Fernando Fazzolari y Luis Pereyra.
 
INTRODUCCIÓN

Este trabajo fue realizado a partir de la convocatoria para la renovación de espacios urbanos realizada por la Secretaría de Cultura de la Municipalidad de Buenos Aires a través del Director del Centro Cultural Ciudad de Buenos Aires, Arq. Osvaldo Giesso y del curador de la misma Sr. Carlos Espartaco.

El proyecto consiste en la recuperación de un área de aproximadamente 10.000 m2 en pleno centro de la ciudad y su transformación en un espacio lúdico y creativo destinado a la comunidad y a sus artistas.

PLACITA es un lugar que recuerda el uso de los lugares públicos de nuestra infancia, le incorpora formas actuales de la expresión creadora y rescata otras que perdieron su espacio con el transcurrir del tiempo.

Esta propuesta se presentó mediante planos arquitectónicos, dibujos, pinturas y una extensa memoria gráfica en el Centro Cultural de Buenos Aires el 29 de Julio de 1986.

 
DE LAS OBRAS EN COMUN

Artistas de la generación del ’80 de extraordinario parecido físico, decidieron aprovechar esta singular coincidencia para desarrollar varias obras en común.

Entre otras pueden mencionarse: la escenografía de la obra "La Magdalena del Ojón", de Emeterio Cerro realizada a partir del calado en planos de la caja teatral, obra puesta en el Teatro Espacios, en el Teatro Colón y en el Teatro Nacional Cervantes.

Realizaron también un homenaje a Mar del Plata con un acto acompañados de música y actores.

Con "La Compañía" dieron lugar a la ambientación "Adoración de la Madona de la Pintura" en el Centro Cultural General San Martín.

Preparan actualmente una muestra para el Museo Estevez de Rosario y un trabajo acerca de la concentración de la idea en un pequeño espacio público.

Piensan en Buenos Aires como en una ciudad donde será posible ser feliz.


BUENOS AIRES Y LA KULTURPESSIMISMUS

por Carlos Espartaco

El pensamiento salvaje y el salvaje del pensamiento
El buen salvaje y el salvaje perverso


Fernando Fazzolari y Luis Pereyra, son dos operadores artísticos que, con formaciones diferentes, el primero es pintor y el segundo arquitecto, han decidido desocultar lo que aparentemente estaba oculto, o mejor aún, en el agujero dejado por el arcano urbano, construir (proyectar) una pla-cita. "Una cita plástica", inmersa en una "Citá de plástico", según alusiones de los propios autores de la idea.

Como si hubieran pensado que Buenos Aires celebrara "La crisis del mundo moderno", pero qué crisis del olvido nos ha dejado tan despojados del espacio sagrado del juego. Entonces, el arquie y el artista (aditados forman el arquiartista), comenzaron a invocar el fuego y su contraoferta el agua. De hecho, partían de la posesión de la tierra y el aire estaba en todas partes.

Tenían los cuatro elementos.

El Proyecto "Placita" conjuga casi todo: un templo postmoderno emite pseudopolios laberínticos para dar cabida a esculturas, música, danza, mimo, teatro, cine, títeres, aguas danzantes... y terminar con la "KULTURPESSIMISMUS".

Y al expulsar todos los géneros de los recintos privados, éstos podrían generar un extraño fervor "naturalis" y recuperar su antigua gracia y furor.

Es decir, que al acortarnos la distancia entre arte / vida, y restablecida la mirada pública, desafiando la antigua ciudad experimental y la transgresión institucionalizada de la inmovilidad catatónica, reproponen la contigüidad progresiva.

Esta verdadera de-construcción de la fijación urbana propone otro desafío mundano: poner afuera toda la banalidad, el formalismo, el intelectualismo y las posesiones de la vanguardia y la anti-vanguardia.

En realidad, el Proyecto "Placita", que esperamos alcance su verificación constructiva, apela a lo interno de la representación y lo no representable; recuperando las buenas formas y las costumbres artísticas, sumándole posibilidades de reflexión y meditación en la soberanía de este nuevo-viejo espacio, como motorización de los deseos imposibles.

Los autores no pensaron en poner en escena una nueva representación, sino en que muchos individuos se reunieran para hacer cosas artísticas, porque como dice Rousseau "El salvaje está solo, ocioso y siempre rodeado por el peligro".


TRANSFIGURACION ARTISTICA DE UN ENTORNO

por Jorge Glusberg

El arte urbano, presente probablemente como conjunción armónica de factores, en los ochentas exige un cambio de actitud en los teóricos y críticos, al elaborar sus metadiscursos teóricos acerca del entorno.

No es suficiente ya con la formación académica, que excluye precisamente lo que el teórico debe saber actuando en conjunto con el creador y palpando el pulso de la comunidad a la que se debe, como ser social.

El crítico no es sólo el que mira, juzga, comprende o admira y explica. Debe actuar, desde su lugar de conocimiento y sensibilidad, sobre la conformación del profesional y su principal función es la de concientizar al urbanista, al arquitecto o al artista, demostrándole que hacen una y la misma cosa cuando aportan al contexto urbano.

Esto no es una negación de los valores habidos, de la acción de los precursores, de los que nos precedieron; es una afirmación de la necesidad de considerar a la nueva ciudad como un templo artístico con sus correspondientes devotos.

Devotos de la belleza, de la armonía, que con una práctica acorde a los desarrollos de la técnica y de las relaciones sociales propongan la unión de esfuerzos a fin de que la retórica de la ciudad del futuro pueda ser considerada no sólo como una continuación de lo precedente sino como una poética del entorno.

La práctica de una retórica urbana democrática supone la constitución de un nuevo corpus, de nuevas referencias que es preciso sean reconocidas por todos y no por un pequeño grupo de iniciados.

La urbanidad reclama entonces una nueva concepción del arte; una apertura estratégica, una apertura del sistema de referentes, de la elección de materiales y técnicas. Que se integre al caos aparente de nuestra ciudad, expresión de su sociedad.

Deberá mostrar el resultado de las actividades humanas pluralistas y contradictorias que sólo pueden ser regidas por la imaginación.

Este planteo tiene en cuenta, primordialmente, la función de las artes visuales en el desarrollo de la cultura popular; la familiarización de la comunidad con las obras de los artistas de la ciudad.

Es decir, con la función característica de las artes: estar al servicio de la elevación del nivel de percepción ciudadano.

Esta función social del arte encuentra su lugar de manifestación privilegiado cuando se relaciona con la arquitectura, explicitando las representaciones que los usuarios del hábitat tienen de lo que es su medio natural en tanto cultural y construido.

Si lo arquitectónico ciudadano se diluye en el espacio de lo ya familiar, si las esculturas o los monumentos erigidos en la vía pública pasan a formar parte del imaginario colectivo al mismo nivel que la arquitectura y el entorno urbano –hasta el punto de pasar desapercibidos muchos de ellos como obras de arte-, lo sugerido a través de esta iniciativa, presenta caracteres específicos que le otorgan una fisonomía particular.

La arquitectura no es un símbolo para el logro de ciertos fines: es un sistema comunicativo que, además, significa. Fazzolari y Pereyra acuden a formas arquitectónicas, esto es, objetos, pero no ya como elementos aislados, sino integrados en una totalidad que da como resultante un ambiente que permite un desarrollo social, un desarrollo de actividades humanas.

Bajo estas condiciones, la noción global de environment o ambiente se constituye como material privilegiado.

En un área urbana caracterizada por su anomia, se propone su transfiguración asignando funciones –esto es, usos específicos- para los integrantes de la comunidad: esto ha constituido el punto de partida del proyecto, que posibilita la unidad del conjunto, tanto de ideas como de respuestas arquitectónicas.

Las distintas funciones se concretan en aquellos objetos aludidos, homogeneizados por su calidad de espacios para uso público, llevando a concretar una intervención global cuya lectura de conjunto no se agota en el reconocimiento formal sino –y esto es lo más importante- en el nivel de intensidad de usos imaginados. La originalidad de la propuesta trastoca la imagen de lo que tradicionalmente se entiende como arquitectura para convertirla en un entorno artístico-arquitectónico. Esto es, recuperar para la arquitectura su cualidad artística y ponerla al alcance del público; convertirla intencionalmente en arte público, en arte en la calle.

No se trata, como se podría pensar ingenuamente, de un arte al alcance de todos, como si lo expuesto en museos o galerías no tuvieran las mismas posibilidades. Además del hecho de una cierta democratización del arte, la propuesta de Fazzolari y Pereyra, por sus características de permanencia temporal y de conjunción con lo construido y lo natural, representa un tipo de estimulación distinta para el receptor; un estímulo perceptual y semántico nuevo, con connotaciones particulares como consecuencia de las formas significantes puestas en juego.

Pensemos además que el valor de una obra, y el canal por la cual es transmitida, son los condicionamientos de la eficacia que ésta tiene respecto de la recepción del público.

Todos estos elementos se conjugan con el valor y el canal para permitir pensar en una operatividad estético-cultural y en sus relaciones con el desarrollo de la percepción comunitaria.
 
La elevación del nivel cultural de la ciudadanía –entendiendo como cultura lo que estimule todo tipo de intercambio productivo- es sin duda el resultado más enriquecedor de la experiencia propuesta.

 


Auspicio: Buenos Aires